Los comienzos del doblaje en el continente fueron guiados por la industria americana en los años veinte. Fue en París donde se coordinaron los primeros doblajes en castellano. Con ello se apagó para siempre la voz del explicador, que a decir verdad ya había comenzado a ahogarse en los años diez debido a una mayor presencia de los rótulos debida al progresivo aumento del nivel cultural del espectador.
En los años treinta se instalaron los primeros estudios de doblaje en España: T.R.E.C.E (1932) en Barcelona y Fono España (1933) en Madrid. Al igual que sucedió con el paso del cine mudo al sonoro, las primeras realizaciones de estos estudios fueron objeto de polémica. Así, desde la prensa especializada se defendió la versión original, denostando, a veces de manera muy dura, las nuevas voces “postizas y con cierto engolamiento".
Sin embargo, otro sector de la prensa, y sobre todo del público, fue aceptando el doblaje con satisfacción.
Debemos decir, que estos primeros ensayos no consiguieron una calidad técnica que les asegurase un futuro prometedor. En los años cuarenta, algunos estudios consideraban el doblaje como una actividad secundaria. Uno de los principales problemas de los estudios era, precisamente, el hallazgo de voces, no sólo bonitas o agradables, sino que pudieran matizar, y sobre todo, supieran interpretar. Los intérpretes del radioteatro y las radionovelas se convirtieron en aspirantes idóneos (en otro post, veremos la simbiosis perfecta que dio la unión de los profesionales de la radio y el doblaje)
Durante esa década, el actor o actriz de doblaje trabajaba con un método que hoy está prácticamente desterrado. Nos referimos al ensayo y que era la pieza clave para el doblaje de cualquier escena, es decir: la memorización total de los diálogos, respetando las pausas y mirando únicamente a la pantalla. La razón era técnica: las tomas de sonido se registraban en material fotográfico. Por consiguiente, un fallo en un take era sumamente costoso y era una etapa donde la economía en España no estaba para muchos lujos. Hasta el año 1952, fecha en que se impuso el sonido magnético, el posible error fue una auténtica pesadilla y un extra de presión para los actores de doblaje.
¿Quién no recuerda Lo que el viento se llevó (1939)? ¿ A quién no le viene a la cabeza esa voz tan personal de Clark Gable? La voz en castellano pertenecía a Rafael Luis Calvo. Junto con José María Ovies (la voz de Groucho Marx, James Mason y Spencer Tracy) y Elsa Fábregas (Vivien Leigh en Lo que el viento se llevó) crearon lo que se ha denominado el Estilo Metro.
El nombre surgió por los propios intereses de la Metro Goldwyn Mayer. Su política de acción consistió en la creación de estudios de doblaje en las principales ciudades europeas.
Sus cuidados doblajes, su técnica tan depurada, y sobre todo, la alta calidad en la elección de voces, hicieron de sus estudios un referente en el panorama del doblaje nacional, con un elenco que cautivaba al gran público al mismo tiempo que a las productoras y distribuidoras, las cuales veían, aliviadas, que sus productos estaban muy bien cuidados, lo que, evidentemente, redundaba en sus intereses de distribución.
El asentamiento del doblaje español en los años cincuenta, aparte de familiarizarnos con un conjunto de voces y de dotar de una mayor calidad artística a cada película, trajo consigo un fenómeno singular: Los “redoblajes”, es decir al nuevo doblaje con las voces consolidadas, bien por mejora de sonido y, en ocasiones y dada la época, desgraciadamente, de no poca censura cinematográfica.
Ya en los años 70, se da otra exploxión en el florecimiento de nuevos estudios, dada la proliferación de series en la televisión y el fenómeno del telefilm. Recordemos que las series, anteriormente, se doblaban con acento latino, algo que se desterró por completo a principios de los años 80.
Barcelona ostentó en esta década el referente del doblaje. Allí se dio un fenómeno que afectó a Madrid en menor medida: la existencia de voces en exclusiva para determinados estudios.
La técnica que se empleaba ya no era la memorística. Se institucionalizó lo que se conoce como “doblaje por ritmo”. Es decir, la sincronización a la par que se lee mientras se dobla.
Con la explosión del video y el nacimiento de las nuevas cadenas televisivas, surgió lo que se ha denominado "la industrialización del doblaje", donde, primaba más la cantidad que la calidad.
La crisis estalló en los años noventa por una conjunción de diversos factores. La competencia salvaje entre empresas fue mala desde el punto de vista artístico e industrial y, por otro lado, la propia programación televisiva agravó la crisis con el éxito de formatos que no requerían la necesidad del doblaje, es decir las telenovelas latinas o programas de producción nacional.
Se trata de un sector que cuenta en España con grandes profesionales y que, a pesar de adivinar algunos altibajos, está fuertemente enraizado entre el público español, por mucho que aumente la demanda de versiones originales.
Creo que tenemos un futuro abierto y, personalmente, debemos elogiar a los actores y a los profesores de doblaje, empeñados en una profesión que, como todo en el cine, tiene esa doble faceta industrial y artística. Personalmente, defendemos el doblaje, no sólo como una opción que el espectador tiene y que es libre de elegir, sino como una defensa del buen uso de nuestro idioma, algo que, a pesar de las influencias inevitables de un mundo globalizado, debemos insistir en cuidar y mimar.
Recomiendamos a los lectores que estén interesados en el tema del cuidado del idioma un libro de Cristián Caballero, Cómo educar la voz hablada y cantada, y, en lo referente al doblaje, los principales estudios de Alejandro Ávila: La historia del doblaje cinematográfico, El doblaje y La censura del doblaje cinematográfico.